Hay que dejar constancia del estreno en España de La Venus de las pieles, la película de Roman
Polanski basada en un texto de David Ives que pivota sobre la emblemática
obra de Sacher-Masoch. La película es un brillante artificio que en pantalla me
ha parecido menos efectista y menos truculento que la versión teatral de
la misma obra que comenté el pasado verano (pincha aquí ara saltar al comentario).
Esta Venus de las
pieles de Polanski plantea un juego de relaciones de poder alrededor del deseo sexual que
se entrecruza constantemente con la obra de Sacher-Masoch hasta que realidad y
ficción llegan a confundirse. Llega un momento en que uno ya no sabe si los
protagonistas hablan por ellos mismos o recitan a Sacher-Masoch.
La forma como la patosa actriz que acude a un
casting (Emmanuelle Seigner) toma el control sobre el pretencioso
autor-adaptador-director (Mathieu Amalric) se desarrolla en términos de
Dominación/sumisión gracias a la coartada que proporciona la obra de Sacher-Masoch.
A diferencia de lo que vimos en el teatro, en la película
de Polanski la estética fetichista adquiere mayor importancia. La chica,
desastrosamente vestida en los primeros compases de la obra, evoluciona
gradualmente, a medida que va tomando el control, hasta transformarse en
una auténtica venus de cuero, imagen arquetípica de la dominatrix. Momento culminante es cuando
el hombre, rendido a sus pies, le calza las botas altas. La cámara se
recrea abundantemente en esta escena, ávida de fetichismo, y nos muestra como
la cremallera se va cerrando lentamente.
Comentando el
montaje teatral, lo valoraba como una aproximación amable a Sacher-Masoch para
lectores que descubrieron el tema sado gracias a Cincuenta sombras de Grey. Sin lugar a dudas, la sombra de Grey es
alargada. Pero, vista la película, ésta me parece bastante menos
simplista, en la medida que se aparta de los patrones de la típica comedia de
enredos o de los tópicos de la novela romántica o erótica y
busca ese enfoque intelectual -o cuando menos, ese barniz
intelectual- que caracteriza la percepción francesa del erotismo como cultura.
Nota final para
curiosos: el teatro que se ve al principio y al final de la película es el
teatro Hebertot de París (78, Boulevard des Batignolles)
WhipMaster
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