Reseña de La domadora de machos, una novelita de Juan Caballero Soriano que destaca por
ser uno de los exponentes de la literatura erótica con contenidos relacionados con el sadomasoquismo que se publicaron en España a principios del siglo XX.
Su referencia: Juan
CABALLERO SORIANO: La domadora de machos.
Madrid: Prensa moderna, hacia 1928 [colección La novela pasional].
La domadora de machos está incluida en Lily LITVAK, ed.: Antología de la novela corta erótica española de entreguerras 1918-1936.
Madrid: Taurus, 1993. P. 437-463
La historia está
ambientada en Nueva York, circunstancia a remarcar porque París solía ser el
escenario habitual de relatos como éste. Sin embargo, en La domadora de machos, Juan Caballero Soriano, el autor, parece
interesado en describir una atmósfera como de película americana. De hecho, uno
de los personajes compara a la protagonista con “una fastuosa estrella de cine
de una belleza que da miedo”. (p. 437) Es presumible que el autor tuviera in mente alguna mujer fatal de Hollywood
¿Greta Garbo? ¿Bette Davis?
La protagonista del
relato, la domadora de machos, es Nelly Martini, una mujer de un atractivo
devastador. Una mujer fatal rubia y de ojos verdes que “le clava a
uno la mirada, y no sé por qué siéntense deseos de ponerse a cuatro patas y
correr hasta sus pies y dejarse pisotear por ella” (p. 438) Consciente de su
atractivo, Nelly lo utiliza para manejar a los hombres a su antojo y darse
todos los lujos y caprichos imaginables, incluida su adicción a la cocaína.
Lo advierte uno de los
primeros personajes en aparecer, el doctor Pearson, fiscal de la Alta Corte de
Justicia de Nueva York, el cual dice “pienso presentar mi dimisión mañana
mismo; después de haber visto una tan espléndida mujer, comprendo esas
claudicaciones que leía en los libros eróticos procesados y que me hacían
condenar a sus autores. Mi consciencia no me permite estar en un puesto en
donde necesito señalar inmoralidades, cuando yo soy más inmoral que mis
acusados”. (p 439)
El doctor Pearson conoció
a Nelly en el estudio de Teodoro Wyly (p. 448) uno de los pintores más afamados
de Norteamérica, al que la diva acudió para que éste le pintara su retrato,
imponiéndole una condición: debía pintarlo encadenado, con los tobillos
amarrados a una silla: “sin quitarse el abrigo, avanzó Nelly hasta él, sacó la
cadenita del estuche y, dándole dos vueltas con ella a los tobillos del pintor,
la cerró por los dos extremos con el candadito”. (p. 444). Nelly posa
semidesnuda para el artista “con las medias, unas ligas inventadas por el mismo
Satanás y los zapatos más cocotescos del mundo”. (p. 450) Finalmente Wyly logra
ejecutar el encargo pero acaba siendo otra de las víctimas de Nelly. Un año
después aparece completamente arruinado y acabado, enloquecido por ella.
Peor suerte corre otro
de los personajes fascinados por la terrible belleza de Nelly: el ganadero californiano
Ton Wirria, el cual acaba suicidándose después de arruinarse por satisfacer
todos los caprichos de la diva. Como buena mujer fatal que es, Nelly no siente
la más mínima compasión por su víctima: “Anoche se pegó un tiro. Un asco. Me
llenó de sangre el cuarto de baño pompeyano ¿Por qué no se iría a matar a otro
sitio? (p 454)
El último episodio de
esta novelita tiene como protagonista a Zurdun, un boxeador de Bilbao
(inspirado, al parecer, en Paulino Uzcudun) que va a Nueva York a luchar por el
campeonato mundial de los pesos pesados enfrentándose al actual
campeón, el norteamericano Melarneis. Tex Ricartt, el promotor del combate, ha
apostado toda su fortuna a favor del púgil americano y para asegurarse el éxito
de su apuesta le promete a Nelly dos millones de dólares a cambio de que ella
seduzca y deje exhausto al rudo púgil vasco. Efectivamente éste sucumbe ante
Nelly y su derrota parece cantada: “aspirante [al campeonato de boxeo] que con
aquella otra aspirante [Nelly, que le
había “aspirado” de todo al boxeador] iba a quedar como para no aspirar más que
a una plaza en cualquiera de estos establecimientos benéficos construidos en la
montaña, cara al sol” (p. 462)
Pero llega la noche del
combate y, ante la estupefacción de todos, Ricartt y Nelly incluidos, el
boxeador vasco Zurdun deja KO a al campeón Melarneis a las primeras de cambio. Conclusión
y diálogo final:
“¡¡Zurdun, campeón!!
El judío y la cortesana, anonadados, se miran. El
primero, dice:
-¿Pero…?
-Cumplí como debía
-¡He perdido cinco millones!
-Más he perdido yo
-¿Tú?
-Sí, mi orgullo de domadora de machos. Créame, amigo
Ricartt, esos españoles no en balde tienen fama de galantes.” (p. 463)
O sea: los españoles
pueden ser tan rudos y toscos como Zurdun, el flamante campeón del mundo de
boxeo. Pero nada puede con ellos ni con su orgullo. Ni siquiera esa
sexualidad extranjerizante que encarnan Nelly Martini y demás mujeres fatales,
domadoras de machos, exaltadas por el cine Hollywood. Una conclusión bien
castiza.
WhipMaster
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