Castelldefels-sur-Mer podría parecer una novelita de costumbres intranscendente y sin embargo se erige en testimonio de un hecho decisivo: como a principios del siglo XX los baños de mar y de sol supusieron un paso muy importante a favor de la conquista del propio cuerpo, hasta entonces encorsetado y oculto de pies a cabeza por una indumentaria rigurosamente codificada.
Vayamos por partes. En primer lugar, la referencia de esta obrita, una de las muchas, muchísimas, novelitas “galantes” que se editaron en Barcelona entre los años 20 y 30 del siglo XX. Castelldefels-sur-Mer es el número 34 de la colección “La novela Eva” editada por “Ediciones Adán y Eva”, en realidad un sello editorial alternativo de las conocidas Ediciones Bistagne de Barcelona. Su autor o autora firma bajo el seudónimo Lilí y las ilustraciones se deben a KIF, seudónimo del dibujante Marc Farell Jorba.
Lilí: Castelldefels-sur-Mer.
Barcelona, ediciones Adán y Eva, s.d. (hacia 1925-26) Colección La Novela Eva
núm. 34. Ilustraciones de KIF (seudónimo de Marc Farell Jorba) 48 páginas
El título Castelldefels-sur-Mer, hace referencia a Castelldefels, la conocida población
cercana a Barcelona. Lo de sur-mer busca paralelismo con la forma como en
Francia se identifican las poblaciones famosas por ser lugar de baños de mar.
El argumento: doña Ramona Casanova (“una dama setentona, alta, flácida, huesuda, acartonada. Usaba lentes. Vestía un traje de levita…”) es una mujer de rigurosa moral en quien la gente bien de Barcelona confía para que vigile a sus hijos cuando van a la playa de Castelldefels. Como es de suponer, doña Ramona es continuamente burlada por la muchachada hasta que al final abandona sus responsabilidades como guardiana de la moral.
La popularización de los baños de mar y de sol fue mucho más que una conquista del higienismo moderno. También aportó un cambio fundamental respecto a la socialización del propio cuerpo. En la playa, el cuerpo, que las convenciones sociales querían oculto por la indumentaria, se expone a plena luz. Y doña Ramona descubre al fin que “aquel escenario era la verdad sin ridículos escrúpulos ni preocupaciones ciudadanas. El mar, el cielo, la arena fina y candente… Así se comprendía que luego del baño… mujeres y hombres sintiesen la atracción, el imán de sus cuerpos sin veladuras molestas e inservibles. Un momento, doña Ramona percibió que el desnudo era la otra verdad, sincera y pura”.