Ultima actualización: 06 junio 2020

¡Vaya una mujer! Un látigo escurridizo

¡Vaya una mujer! es una de las típicas novelitas eróticas publicadas en nuestro país antes de la Guerra Civil española formando parte de colecciones populares como La Novela del día (a la que ya dedicamos una entrada del BdeWM) o Medianoche, de la que ¡Vaya una mujer! es el número 34.

Referencia del librito: F. Ros: ¡Vaya una mujer! Barcelona: Ediciones Medianoche, s.d. (hacia 1925-30) [Colección Medianoche, núm. 34] 32 páginas. lustraciones de Adán.

En la portada una mujer semidesnuda empuñando un látigo y tres hombres arrodillados a sus pies, elegantemente vestidos de frac. Esto parece sugerir una historia de dominación femenina, pero no es exactamente así. La portada resulta equivoca porque el relato es simplemente la historia de una mujer que se confiesa egoísta y que aclara: “mi egoísmo tiene dos fetiches a los que adora por encima de todo: el dinero y el placer. Llenar la bolsa y saciar la carne son para mi los dos fines más hermosos, más altos, y más completos de la vida” (p. 21-22). A lo largo del relato, el látigo no aparece por ninguna parte. Un ejemplo más de la utilización del sadomasoquismo y su iconografía como reclamo (en esta otra entrada he hablado del sadomasoquismo insinuado, un fenómeno bastante extendido en la literatura erótica)

La historia se desarrolla en cuatro partes y cada una de ellas culmina con la descripción bastante detallada de una escena amorosa. Estas escenas constituyen lo que realmente sustenta el librito.

Primera parte: Olga vive en La Haya, rodeada de lujos. Es una chica de buena familia, cuyo padre ha enviudado y se relaciona con Madame Marcela Paf, también viuda y muy fogosa. Y ahí vienen algunas páginas describiendo el encuentro entre ambos viudos.

Segunda parte: con dieciséis años. Olga abandona La Haya y decide marchar a París, en busca de libertad y de aventuras. Durante el viaje conoce a Rafael, un chico español, estudiante de ingeniería en Lieja. Y aquí unas cuantas páginas más describiendo la escena entre ambos en su departamento del tren expreso.

Tercera parte: han pasado 10 años. Olga ya tiene 26 y posee una mansión en Paris, en la rue Miromesnil: “soy rica, muy rica, y todas las revistas galantes y todas las ilustraciones y todos los periódicos que se publican en París y en las grandes capitales de Europa y América, de carácter frívolo, alegre o elegante, llevan mi nombre y las señas de mi casa” (p. 20)

Queda claro que Olga se dedica a la prostitución de alto standing pero también a la producción de cine porno: “soy dichosa almacenando dinero. He sido amante de los hombres más famosos, más ricos o más elegantes de Francia y aun de Europa… Toda la gente chic que desfila por París pasa por mis salones… Esto del salón ya saben lo que es, en una casa como la mía, las gentes elegantes que vienen a la Ville Lumière de todas las partes del mundo: hay un écran artístico, donde se pueden ver las escenas más seductoras del amor carnal a lo vivo, tomadas aquí, en mi casa, con mujeres hermosísimas, con hombres de una belleza de Apolo viviente… Hay una mujer de éstas a la que hay que pagar diez, doce y veinte mil francos para que se preste a…. todo y se deje tomar por la cámara cinematográfica en los momentos culminantes del amor. A veces contrato matrimonios o parejas que me cuestan un dineral; pero luego cada cinta de estas produce una fortuna… Tengo en mi casa restaurant galante, alcobas galantes, ciento veinte cuartos de baño… galantes también. El amor se practica aquí con una libertad, con una belleza y un marco de fastuosidad y de elegancia como nadie fuera de París puede sospechar.” (p. 22)

Olga tiene un amante, un tal Ives: “joven como yo, lleno de vida como yo, hermoso como yo… Los dos nos pedimos las caricias más raras, los besos más terribles, en un crescendo admirable de amor carnal… Nos hemos echado al suelo entarimado y aquí, sobre la piel del tigre de Bengala, nos pedimos mutuamente mil placeres locos, refinados, perversos… Nuestras actitudes son las más extrañas, las más lúbricas, las más feroces y terribles y obscenas que puede adoptar el cuerpo humano…Los dos bramamos, nos mordemos, nos lamemos por doquier… A momentos somos dioses…y en el momento siguiente somos cerdos… Esto lo es todo, el principio y el fin de nuestra vida…” (p. 27-28)

Cuarta y última parte: durante una estancia veraniega en Biarritz, una tal Madame Myrha se acerca a Mademoiselle Olga. Una vez en su casa “Madame Myrha se arroja sobre mi... Me besa, me muerde y murmura…” (p. 31) Lo que viene a continuación es fácil de imaginar.

Las ilustraciones del librito (tres más la de la cubierta) las firma Adán, que ilustró la mayoría de títulos de la colección Medianoche y que al parecer no es la misma persona que por aquella misma época firmaba “Adam” (esta última identificada como Joan Colom Agustí). F. Ros, que figura como autor del texto, es muy probablemente un seudónimo.


Ultima actualización: 01 junio 2020

Castle: el Ama siempre azota dos veces


Hace pocos días (cosas del confinamiento) conocí un episodio de la serie Castle que tiene trasfondo BDSM. Se trata de un episodio emitido por primera vez en el año 2010 y por tanto antes del fenómeno “Cincuenta sombras”, lo que me parece un dato a resaltar. Me estoy refiriendo al episodio numero 16 de la segunda temporada de Castle. Se titula “El Ama siempre azota dos veces” (en inglés, The Mistress always spanks twice) una parodia no muy afortunada del famoso “El cartero siempre llama dos veces”.


El asunto: una chica que investiga sobre sociología del sometimiento sexual y la dominación para su tesis en la imaginaria Universidad de Hudson, aparece asesinada rodeada de parafernalia BDSM. La investigación pasa por sex shops y se focaliza en un gabinete: la casa del dolor de Lady Irena (Lady Irena’s house of pain) supuestamente situada en una zona de Nueva York conocida como Dungeon alley, porque allí se concentran algunos locales de temática BDSM.

Interesante la caracterización del personaje de Lady Irena, una mujer madura que ejerció como abogada, se supone que de alto nivel, y que razona: “cuando dominas en todas las reuniones y juicios esto (la dominación profesional) es solo el siguiente paso”.


Y quizás lo más interesante de este episodio: queda claro (tanto por parte de la Dominatrix abogada como por parte de los investigadores) que la dominación/sumisión consensuada es una práctica perfectamente legal (en los Estados Unidos, obviamente).

Digamos que todo el trasfondo de este episodio de Castle apunta a una cierta normalización del BDSM. No voy a hacer spoiler pero sí os diré que incluso el desenlace del asesinato deja el BDSM completamente al margen. La normalización social del BDSM es siempre algo que merece ser destacado.