Pequeño
homenaje a José Luis Sampedro (1917-2013) con dos fragmentos de su obra El
amante lesbiano (2000) que exaltan maravillosamente la gloria
fetichista del zapato de tacón.
“Se
calza los guantes, recoge su chal y su bolso, nos despedimos y al alejarse
puedo admirar sus tobillos finos, de potranca de raza, con ese leve vaivén
lateral a cada pisada que muchas no logran con tacones de aguja y ella consigue
con su medio tacón”
“Señora,
Tú la percibiste, mi fascinación ante tus exquisitos zapatos. Y Te declaré mi envidia,
acrecentada cuanto más los contemplo, los huelo, los beso, los adoro. Me han transfundido
su vida.
Ahora
Te la escribo como me mandaste. Hablo por ellos: Espero en el sótano de Tu armario,
uno más entre los que, por pares, nos inclinamos encaramados sobre dos barras
doradas paralelas, retenidos en la más alta por el tacón. De pronto se abre la puerta
y, tras el inicial deslumbramiento, percibo a contraluz Tu figura y casi me
caigo al ponerme de puntillas para destacar y ser el par elegido. Enfrente Tus
pies descalzos, Tus piernas y el torso, que inclina hacia nosotros el relieve
de los pechos y el rostro aún indeciso, cuyos ojos nos recorren con la mirada
como el teclado de un piano. Mi nerviosa expectación estalla en júbilo cuando
Tu mano me alcanza, me recoge, me transporta hasta Tu calzadora. ¡Qué emoción
cuando Tus pies me penetran, se asientan y me poseen, sellando su poder con
ligeros toques de afirmación contra el pavimento!
Mi
orgullo es tanto como mi placer. Soy el pedestal de Tu estatua, Tu soporte, Tu montura,
Tu reposo en tierra. Soy guante de Tus pies adorables, cunita doble para ellos,
su protección y adorno. Les ofrezco el mejor cuero, el más flexible, el más
digno de envolverlos, de acariciar sin roces, de ceñir sin oprimir, de abrigar
sin sofoco. Me ensancho lo justo para la comodidad de la pisada y me repliego
para ser sumiso en Tu descanso Sería feliz como cualquier otro de Tus zapatos,
incluso el más humilde, pues todos gozan de tanta intimidad, pero tengo la
suerte de servir para las grandes ocasiones por mi exclusivo modelo, mi cuero
selecto, mi digna negritud y mi poderoso tacón de aguja. Estoy además en la
joven madurez de mi vida: lo bastante nuevos aún para exhibirme y lo bastante
usados para haberme adaptado a Tu forma y andares y para que mi olor originario
–a tapicería de auto recién comprado– esté ya mezclado con el de Tu propia
carne.
Por
eso me calzas como el paladín viste su armadura; me montas para vencer como mujer.
Y yo empiezo por ser Tu heraldo, el que anuncia Tu inminente llegada con las restallantes
castañuelas de Tu taconeo. Me yergo para eso como el más altivo, el más amenazador
y dominante de los tacones, cuya agresividad me produce dolor por repercutir en
el talón de mi plantilla. Soy así repetidamente
machacado,
soy Tu voluntaria víctima y entonces me concedes el goce de estar sufriendo por
Ti, de inmolarme voluntariamente al triunfo de Tu poderío. Me esfuerzo a cada
instante por consolidar Tu estabilidad sobre mis agujas y, recibo, junto con mi
dolor, a cada pisada, un placer indecible: la vibración de Tu tobillo. Esa leve
oscilación que llena de gracia Tu andar imperioso y seductor a la vez;
dominante y provocador a un tiempo. ¡Qué irresistiblemente avanzas, envuelta en
mi ritmo sonoro!
Por
eso no me cambio por ningún otro calzado, aunque en verano envidio los que llevas
sobre Tu piel y juegan directamente con cada uno de Tus dedos delicados; lo mismo
que a veces, por un momento, quisiera ser Tus chinelas de raso y pluma, también
con tacón alto, que Te pasean por Tu alcoba y hasta el baño y que –pienso–
retiran reverentes Tus amantes. En realidad, lo confieso, envidio todas las
telas, cueros, pieles o metales que Te visten o Te adornan, donde quiera que se
asienten en la geografía de Tu cuerpo. Y envidio, sobre todo, Tus medias, que
me separan de Tu pie, y no se quedan en él sino que se elevan abrazando Tus
piernas hasta allí donde sólo alcanzan fugaces visiones mías.
Perdona
esta osadía y no me niegues la gloria de servirte como pedestal y de cantar mi entusiasmado
taconeo”
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