Continuación del
comentario sobre Doña Juana, Juanita y
Juanón, de Víctor Ripalda (seudónimo de Joan Sanxo Farrerons) una novela
erótica con contenido sadomasoquista publicada hacia 1930.
Merece destacarse
la descripción de la mazmorra del burdel de Doña Juana, perfectamente equipada:
“pesados arcos formaban a manera de hornacinas o templetes alrededor de la nave
central. En cada uno de esos templetes había un gran tonel o un instrumento de
tortura, todo ello procedente de la época feudal. Doña Juana halló en aquella
bodega ocasión para enardecer sus ya exhaustos apetitos sexuales. Con ligeras
modificaciones logró que muchos de los instrumentos de tortura se transformaran
en elementos de placer. Uno de ellos era el doble punzón con el que se apretaban
antiguamente las sienes de los condenados. Ella hizo ensanchar la argolla que
antes rodeaba la cabeza de los reos a medida de su cuerpo, trocó los punzones
en dos falos de goma y de esta suerte, colocándose el cinturón y apretando un
resorte, los dos falos actuaban en vaivén metiéndosele por entre las nalgas y
los muslos hasta producirle el espasmo."
"Otro de los
elementos de placer por ella preferidos era el de la araña y el ratón.
Consistía este en un cepo formado por dos gruesas vigas sobre las que se tendía
y ataba al condenado con las piernas separadas y dejando colgantes en el vacío
sus atributos sexuales. A los pies del cepo levantábase una especie de trono en
el que había hasta media docena de ricas poltronas frailunas enfrentadas al reo
amarrado al cepo. Desde el techo pendía una cuerda que subía y bajaba a
voluntad de alguno de los que debían sentarse en las poltronas y en su extremo
inferior movíase una especie de araña muy pesada y luminosa con innúmeras patas
que no eran otra cosa que afiladísimos alfileres. Esta araña venía a caer
precisamente sobre el sexo del martirizado tendido en el cepo. Desde el suelo y
levantando una trapa de movimiento mecánico que se movilizaba también desde las
poltronas, ascendía una jaula en la que oportunamente se habían metido diez o
doce ratoncitos a los que no se daba de comer durante un par de días. Al
ascender la jaula, iba a encajarse por un hueco que el enrejado formaba con los
atributos sexuales del paciente, de antemano engrasados con una materia muy sabrosa
que engolosinaba a los ratoncitos. Estos, que apenas podían asomar el hocico
por los intersticios de los alambres, atraídos por el olor de la grasa, querían
devorarla, con lo que producían en las partes sexuales del reo una intensa
sensación de placer que se traducía en la inmediata erección del falo; este, al
ponerse erecto, iba a tropezarse con los afiladísimos alfileres de la movediza
araña y se hundían en el glande del desaventurado con gran regocijo de los
infames espectadores sentados en las poltronas… No fue tan cruel Doña Juana
como sus antecesores al echar mano de tal suplicio para dar satisfacción a sus
lucubraciones sexuales. Conservó el juego de los ratoncitos que ningún daño
causaban al paciente pero procuró que las patas de la araña, en vez de penetrar
en la carne, se limitaran a producir leves rasguños, naturalmente, dolorosos,
pero únicamente de efectos momentáneos” (p. 196-199).
WhipMaster
Continuará…
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