Comento en esta entrada
otra obra de Emilio Carrere titulada La
cortesana de las cruces, aunque como este autor publicaba varias veces una misma novela cambiando el título, La cortesana de
las cruces también se publicó bajo el título alternativo de El más espantoso amor.
El tema central de La cortesana de las cruces / El más
espantoso amor es la necrofilia y el sadomasoquismo su telón de fondo.
Referencia del libro: Emilio
CARRERE: La cortesana de las cruces.
Madrid: Sucesores de Rivadeneyra, 1925 [colección La novela de noche, 26].
Ilustraciones de Baldrich.
La historia se sitúa en
una levítica capital de provincias muy parecida a Ávila. Más concretamente, el
escenario de La cortesana de las cruces /
El más espantoso amor es el Bar Estrella, un prostíbulo situado “en un
paupérrimo barrio, pegado a la muralla, por la parte de fuera” (p. 72).
Allí ha acabado
recayendo Sara, la cortesana de las cruces, a los 32 años. Su historia personal
se sintetiza así: “comenzó de camarera a los veinte años, después del desliz
romántico de casi todas las mujeres caídas. Uno cualquiera que tenía dinero se
encaprichó de ella y la retiró del café. Sara entró entonces en un mundo
frívolo, vicioso y elegante, de queridas bien pagadas, lindos muñecos de carne
que, tanto como el deseo sexual, realizaban la vanidad de aquel mundillo de
muchachos ricos, con pocos escrúpulos y enfermos de todos los snobismos del
pecado… Aquel hombre, enfermo de todas las lacras del sexo, agotado por el
delirio de todos los excesos y con la tara psíquica de una vida vacía de idealidad,
fue aristócrata degenerado, nieto, por el espíritu, del marqués de Sade, quien,
en una borrasca de lujuria y de alcohol, la hizo sangre una noche. Era el raro
capricho de un amante rico… El núcleo de cocotas y de señoritos no se
asombraron ¡Asombrarse es burgués! Y las intimidades algolágnicas –el placer
por el dolor- de Sara se hicieron célebres enseguida… En aquel instante comenzó
la boga y la fortuna de La cortesana de las cruces. ¡Diríase que todos los
hombres que la rodeaban tenían una sed diabólica de su sangre! Entre los
jóvenes del Madrid que se divierte se propagó una epidemia de algofilia
erótica, y acudían a ella, que era la única, en nuestra época decadente, tan
llena de drogas de la botica satiriásica, que sabía enardecer la pasión con su
hermoso cuerpo” (p. 27-29).
Así pues, ya tenemos a Sara presentada como una masoquista / algolágnica. El narrador lo atribuye al influjo del Marqués de Sade y luego explica el porqué del apelativo “cortesana de las cruces”: “Ella permitía que sus amigos realizasen su gusto de hacer sobre sus pechos o sobre el lugar que más les agradase –excepto en el rostro- una cruz con un puñalito hasta que brotase la sangre. Este rojo acicate del deseo, entre aquella cohorte de alienados tuvo un éxito demoníaco. Los que estaban en condiciones de pagarse este sibaritismo no eran gentes de poco más o menos.” (p. 31-32).
Sara lo ha
experimentado todo: “capaz de realizar las más audaces extravagancias de sus
amigos. Y eso que algunos eran tan crueles como Sade, y otros practicaban toda
la escala de las pequeñas abyecciones, grotescas o dramáticas, perfectos
alumnos del novelista austríaco Sacher Masoch…” (p. 98).
Un día entra en el prostíbulo donde trabaja Sara el doctor Alberto Escuder “una gloria madrileña, especialista en enfermedades mentales” (p. 21-22) el cual cree ver en la cortesana de las cruces la rencarnación de su novia fallecida.
Un día entra en el prostíbulo donde trabaja Sara el doctor Alberto Escuder “una gloria madrileña, especialista en enfermedades mentales” (p. 21-22) el cual cree ver en la cortesana de las cruces la rencarnación de su novia fallecida.
Escuder recuerda cuando
su novia falleció: “cuando vinieron a llevársela, me arrodillé sobre su rostro
y le di, en plena boca, el único beso que le he dado en mi vida, enredando mis
pestañas con las suyas, sintiendo el hielo tremendo de su mejilla bajo la mía;
un beso inmenso de amante; el beso infinito que aspira el alma de la mujer que
deseamos, como un perfume… Del tiempo de mis amores con aquella mujer, el
recuerdo más vivo, más imborrable, es precisamente el de aquel momento macabro.
Aquel helado beso necrofílico” (p. 66-67).
Total, que el doctor
Escuder acaba proponiendo a Sara una escena en la que ella ha de ser como su
novia muerta, declarando, eso sí, que “sé que no soy un hombre normal.
Pertenezco a esta categoría de locos disimulados, más peligroso muchas veces
que los que están recluidos” (p- 107-108).
Al final, mientras Escuder
besa a Sara tan apasionadamente como lo hizo con el cadáver de su novia, el hombre
muere de forma fulminante. Conclusión: “no se pueden gastar bromas con lo
Misterioso” (p. 126).
Me pregunto si esto puede considerarse literatura
erótica o si se queda en fábula truculenta con moraleja incluída.
Remito a los trabajos sobre el sadomasoquismo en la literatura erótica española de principios del siglo XX que he publicado
en la revista digital Cuadernos de BDSM para una visión contextualizada de esta obra
de Emilio Carrere.
Remito asimismo a
los comentarios dedicados en este blog a otras obras del mismo Emilio Carrere,
como La amazona o El abismo de la voluptuosidad, asimismo titulada La campanera.
WhipMaster
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