Reseña de esta
novela de Emilio Carrere, uno de los escritores españoles de antes de la guerra
que más se interesó por la temática sadomasoquista y afines.
De hecho, La amazona es una de las obras de
literatura erótica más sobresalientes en cuanto a temática sadomasoquista
debidas a autores españoles, junto a Azote
viene y vaina va, de autor desconocido; El octavo pecado capital de Álvaro Retana; El látigo en la carne de Ignacio
Rodríguez Grahit; Doña Juana, Juanita y Juanón de Víctor Ripalda-J. Sanxo o La cortesana de las cruces / El más espantoso amor del mismo Emilio Carrere, que
comentaremos próximamente.
Referencia del
libro. Emilio CARRERE: La amazona.
Madrid: Atlántida, 1923. [Colección La Novela de hoy, 74]. Ilustración de
Enrique Varela de Seijas. Tambíén se incluyó en el tomo séptimo de las obras
completas de Emilio Carrere y hay otra edición ilustrada por Carlos Masberger.
El protagonista
masculino de esta novela corta aparecida en 1923 es Alfredo Montanar, un
afamado pintor de 35 años el cual acaba de ganar un premio importante por un cuadro titulado La
Amazona, una figura femenina pintada “de memoria” la cual “Daba la sensación de la
hembra fuerte: alta y gallarda, desbordante de energía, llena de una
voluptuosidad poderosa. En la mano derecha llevaba un latiguillo” (p. 10-11).
El pintor recibe una
enigmática carta de una mujer que cree ser la amazona del cuadro. El mismo
rostro “y acaso también su misma alma dominadora y terrible” (p. 9).
Esta mujer se llama
Susana Arolas, tiene 28 años, y se presenta así: “Soy una mujer
independiente. Tengo suficiente fortuna para realizar todos mis caprichos.
Nadie manda en mí. He tenido todos los amantes que ha deseado mi ardor o mi
romanticismo de un momento…. El amor para mí es un culto del que yo tengo que
ser el único dios” (p. 13).
O sea, una mujer dominante
con todas las de la ley, que no tarda en subyugar al artista: “el pintor se
sentía deliciosamente dominado en aquella inversión extenuante, en que ella era
la violencia varonil y él la dulce pasividad” (p. 15).
Vale la pena llamar
la atención sobre esta forma de entender la dominación femenina como inversión
de unos roles supuestamente establecidos, según los cuales es al hombre a quien
correspondería ser fuerte (y hasta violento, según se lee) mientras que a la
mujer le tocaría ser pasiva y dulce.
Emilio Carrere
insiste sobre esto cuando pone en boca de Susana Arolas, erigida en dominante
absoluta, palabras como “Aquí soy yo quien manda –y rotundamente- ¡Aquí el
único macho que hay soy yo!” (p. 24).
Como era previsible,
en la relación de dominación/sumisión que se establece entre el pintor y la
amazona, el látigo “fue un cotidiano, áspero y delicioso instrumento de placer
y de dolor” (p. 27).
Transcribo a
continuación una escena de flagelación: “Se dirigió rápidamente hacia un
armario de luna donde guardaba sus ropas y sacó un látigo de cuero, que blandió
en el aire; el mismo que llevaba en su primera entrevista, el látigo de La Amazona, la obra maestra de Montanar.
Graciosamente, con
la ligereza de una domadora, descargó varios latigazos sobre los flancos del
pintor. Este exhaló un aullido de dolor y quiso incorporarse con rabia
homicida, pero la furia le cruzó el rostro y siguió flagelándole hasta que
estalló la sangre.
Alfredo Montanar
sintió de pronto que algo muy espeso, muy turbio, ascendía del fondo de su
conciencia. Se quedó como paralizado, y a cada latigazo su carne sentía un vivo
dolor, mezclado con una interna y violenta sensación de placer que se agudizaba
a cada golpe…” (p. 24-25).
Emilio Carrere
también insinúa una cierta componente fetichista en esta relación de
dominación/sumisión: “El traje contribuyó mucho a su fascinación” (p. 29) o “El
acierto mayor de Susana fue saber vestirse como le agradaba a él” (p. 30).
El desenlace fatal de
esta historia se precipita cuando Susana decide de golpe que ya ha tenido
bastante y que quiere dejar al pintor: “No me gustas ya ¿está claro? Me he
cansado de ti y quiero marcharme” (p. 45). Discuten, pelean, y él la mata.
Entonces cobra relieve la discreta figura de María, la sirvienta del pintor,
que éste rescató de la prostitución. María, secretamente enamorada del artista, declara que ella mató a Susana por celos para salvar al artista “y enlazándose
al cuello del pintor, le dijo, con una ternura infinita: ¡Sálvate tú! ¡Déjame que
me sacrifique por tu gloria, que te pague mi deuda de gratitud!” (p. 52).
Es evidente la
intención del autor de contraponer el profundo sentimiento de María a la
“psicología cínica, en la que el placer valía más que todos los ideales y
sentimientos del universo” (p. 30) de la pareja protagonista. Ambos son
definidos como desquiciados (p. 43) y sobre Susana se añade que “ella también
era una loca, una fatigada del amor normal… incapaz de sentimiento” (p. 30).
Carrere no niega el placer sadomasoquista pero lo considera un extravío moral y
psicológico.
Remito a los trabajos sobre el sadomasoquismo en la literatura erótica española de principios del siglo XX que he publicado
en la revista digital Cuadernos de BDSM para una visión contextualizada de esta obra
de Emilio Carrere.
Remito asimismo a
los comentarios dedicados en este blog a otras obras de Emilio Carrere, como La cortesana de las cruces, también
titulada El más espantoso amor, o El abismo de la voluptuosidad, asimismo titulada La campanera.
WhipMaster
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